Siete días en la Amazonía peruana

Mariel
llegó a Lámud, pueblo amazónico peruano, luego de 28 horas de viaje en bus, en medio de peripecias, rutas semidestruidas por los frecuentes sismos, interrupciones por carreteras inundadas y, finalmente, providencial conexión con una combi que la llevó en el último tramo.

Con Marvin habíamos llegado el día antes, con 5 horas de atraso, en el único avión a hélices que vuela dos veces a la semana de Lima a Chachapoyas (capital del Departamento Amazonas, Perú).

Lámud es una pequeña ciudad de poco más de dos mil habitantes, ubicada a 2.300 metros de altura, sumergida entre la Sierra y la Selva amazónica, al Noreste del país andino, a pocos kilómetros de la ciudadela de Kuélap, un importante sitio arqueológico preincaico construido por la cultura Chachapoyas.

Allí surge la casa “Hogar para el adulto mayor Chiara Lubich”, por iniciativa de Jenny (peruana) y Javier (argentino) quienes, hace 6 años, decidieron vender todo lo que poseían en Argentina donde se conocieron y formaron su familia con tres hijas, para trasladarse al pueblo natal de Jenny preocupados por sus padres ancianos y por la abuela casi centenaria. Inspirados por el escrito programático de Chiara Lubich (1920-2008) “Una ciudad no basta”, se presentaron al obispo poniéndose a su disposición; luego, salieron a conocer los alrededores de la pequeña ciudad, donde descubrieron una de las llagas más dolorosas en estos lugares tan aislados: ancianos solos, enfermos, en viviendas precarias, abandonados a su suerte. Decidieron ocuparse, no sólo de sus padres, sino de todos los ancianos del poblado.

El sueño se hizo realidad velozmente y, hoy, a poco más de un año, la Casa Hogar surge en una casona –por ahora en alquiler– sobre una colina de donde se puede observar el exuberante panorama de la “ceja” amazónica. El Hogar, aloja ya establemente a los primeros 4 ancianos, de los cuales dos son sordomudos y ofrece el almuerzo a más de 50 personas, la mayoría ancianos, pero también a voluntarios, cocineras, niños hijos de alguna voluntaria y quien pase por allí, como un joven estudiante que no tenía dónde comer. “Aquí, un plato de comida nunca falta”, dicen Jenny y Javier. Lo experimentamos también nosotros que compartimos el almuerzo con los abuelos los siete días que allí estuvimos. Para unos veinte de ellos que no logran llegar al Hogar por situaciones delicadas de salud, la Municipalidad de Lámud pone a disposición un vehículo y dos funcionarios para llevar el almuerzo hasta sus humildísimas habitaciones.

Fue ésta, tal vez, la experiencia más fuerte que nos tocó vivir a
Mariel
, Marvin y a mí. Entrar en esos tugurios oscuros y encontrar a los ancianos –algunos centenarios– echados en el piso de tierra, acurrucados, temerosos, heridos en su dignidad… Ver sus rostros iluminarse por nuestra presencia que agradecían con una sonrisa límpida y ojos transparentes, tocarlos, acariciarlos, trazar una cruz en sus frentes … movilizaba hasta al corazón más duro e insensible. Allí se palpaba la presencia de Dios, las llagas de Su abandono. Nos surgían del alma las palabras de los apóstoles, desbordados por la alegría de haber visto al Cristo Resucitado: “¡Hemos visto al Señor!” (Jn 20, 19-31). Allí Jesús estaba vivo, más presente que nunca, todavía abandonado, esperando ser reconocido y amado para experimentar, todos juntos, la fuerza de la resurreción mientras nos donábamos a ellos y los ancianos agradecían con el mismo amor.

Una de las características que más impresiona en el Hogar Chiara Lubich, es el clima de familia que se respira, también entre las diferentes generaciones. Los ancianos, las voluntarias que se ocupan de ellos y los numerosos niños que pasan frecuentemente, antes o después de la escuela, para saludar a los ancianos, abrazarlos, conversar con ellos, también con los dos sordomudos … El amor no tiene barreras.

Escuchamos decir a una anciana no vidente, que llegaba al Hogar en una moto taxi y algunos niños se acercaron para ayudarla a descender del vehículo: “¡Mis nietos, mis nietos!”. Vimos a una pequeña abrazar a una abuelita y, luego, invitar a las dos amiguitas que había llevado a conocer el Hogar a que hicieran lo mismo.

En el Hogar Chiara Lubich hay una empatía especial entre los abuelos y los niños y esto se manifestó en modo superlativo durante el paseo –tal vez el primero en la vida, para algunos de ellos– que realizamos niños, voluntarios y abuelos, al Complejo Chanqui, donde se encuentran las dos “Cascadas Lorán”, con caídas de agua de 300 mts. Un día de sol, de verde, de música, bailes, paseos, zambullidas en el agua fría, almuerzo al aire libre, alegría, mucha alegría.

La última noche, en ese contexto, vimos junto a los ancianos, voluntarios, familias y niños, la película “Chiara Lubich, Todo vence el amor”. Fue una experiencia difícil de expresar.
Mariel
y Marvin leían con micrófono los subtítulos en castellano para los ancianos ciegos, pero también para los que no saben leer. El silencio era absoluto, a pesar del frío y de la hora ya tarde para los ancianos. La conmoción enorme, sobre todo para quienes se donan cada día a los abuelos en nombre de Chiara Lubich y que, por primera vez, conocían su historia y la del Movimiento de los Focolares.

Al final, la cena compartida con todos los presentes. Mientras distribuíamos los platos de comida a los ancianos, nos parecía como si la película continuara… ¡Sí, los primeros tiempos son también ahora!

Gustavo E. Clariá

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