Una tierra sin mal

Plaza central de Cajamarca. Foto © Gustavo Clariá

Estoy de paso por l’antigua ciudad de Cajamarca (a 2.700 metros sobre el nivel del mar), 860 km al noreste de Lima, capital del Perú. Este lugar conserva la memoria de uno de los eventos más dolorosos de la historia de este país tan multiforme: aquí asesinaron a Atahualpa, el último rey Inca, por orden  del conquistador Fancisco Pizzarro.

El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo (1535), cuenta que en la noche del 16 de noviembre de1532, los españoles quedaron admirados por la majestuosa personalidad del Inca prisionero,“hombre de alrededor de 30 años, de buena presencia y amable disposición”, que “hablaba de manera solemne, como un gran señor”. A la sangre de aquella herida, siempre abierta, se agregó la que llegó de Europa en el tiempo de la colonia y, en tiempos más recientes, la que provino de la inmigración del  Novecientos, en especial desde Asia, y la actual de Venezuela. Hoy el Perú se presenta como un país multicultural, rico de una variedad étnica y de culturas ancestrales y nuevas.

Cadena de los Andes Orientales. Foto © Gustavo Clariá

Pero Cajamarca es sólo el punto de partida hacia donde me estoy dirigiendo: Bolívar, un pueblito de 2.500 habitantes enclavado en los Andes Orientales, a 3.100 metros de altura. Nos separan menos de 200 km en línea recta, sin embargo el auto que nos lleva empleará 8 horas para llegar, recorriendo rutas en parte asfaltadas y en parte no, en medio de curvas, subidas, bajadas y precipicios de brívido, siempre rodeados por las majestuosas montañas andinas.

Alegre acogida de los niños. Foto © Gustavo Clariá

La acogida en Bolívar es tan alegre y cálida que nos hace olvidar el cansancio del viaje. Especialmente los niños de la “Escuela San Francisco” nos expresan su felicidad a través de una danza con los típicos atuendos quechuas y las notas del “Cóndor pasa”, ejecutadas por la orquesta de la escuela. Este centro educativo, perteneciente a la paroquia San Salvador, parece una flor en el desierto: es una costrucción reciente, armoniosa y esencial, con 11 aulas capaces de acoger a los actuales 140 alumnos de   primaria y secundaria. Los estudiantes reciben gratuitamente el material didáctico y la asistencia nutricional; además, la escuela se ocupa de la formación y actualización de los12 docentes.“Pero el proyecto que llevamos adelante con el AMU (Acción por un Mundo Unido, del Movimiento de los Focolares, ndr) –nos cuenta el párroco, padre Emeterio Castañeda–, prevé una capacidad hasta de 220 estudiantes, con el laboratorio de informática ya en función (el único en el  territorio, en donde los jóvenes  pueden aprender a utilizar los modernos sistemas de comunicación) y la próxima construcción del alojamiento para los chicos y chicas que viven en los pequeños pueblos esparcidos en la región, algunos de ellos muy distantes. Sin medios públicos, tienen que caminar horas enteras para llegar y otras tantas para regresar a sus precarias moradas”. Todo se lleva adelante en colaboración con los partner locales, la diócesis de Huamachucoy la parroquia de San Salvador, de Bolívar. El instituto escolástico, por lo tanto, cumple una función subsididaria al Estado que posee una escuela pública en Bolívar, pero reconoce la importancia de la escuela San Francisco garantizando los sueldos de los profesores.“La nuestra es una ‘escuela de los pobres’ –dice Carlos Miranda, docente de informática–, para los que no encuentran lugar en la pública, y espero que permanezca así como misión específica de la Iglesia”. Norma Sánchez Zelada es la primera y única directora, mujer y laica, de todas las escuelas ligadas a la diócesis: “Nací en Bolívar y frecuenté la escuela pública. Cuando el padre Emeterio me pidió que dirigiera esta escuela me sentía impreparada; pero con su apoyo acepté”. Norma me cuenta que, como cuerpo docente, se reúnen cada semana “para confrontarnos sobre los temas que hacen a nuestro trabajo como educadores, para tener una visión común e ir adelante juntos; dispuestos a pedir disculpas cuando nos equivocamos, no sólo entre nosotros, sino también a los alumnos, si es necesario”. Rosman Escobedo Ruiz, profesor de comunicación, agrega: “Tratamos de ser coherentes entre lo que decimos y hacemos, porqué a los chicos no podemos engañarlos”. El párroco nos muestra un “botiquín”, un pequeño local donde se ofrecen los medicinales de primera necesidad a precios accesibles a la gente del lugar. “A veces, a causa de las enormes distancias y de los varios intermediarios, los productos terminan costando 3 ó 4 veces el precio de mercado. Nosotros logramos vender los remedios al mismo precio de Cajamarca, con un mínimo porcentaje agregado necesario para pagar al empleado; el resto viene completamente reinvertido para adquirir nuevos medicinales”. Hoy los “botiquínes” son unos treinta, esparcidos en el vasto territorio.

Con el P. Emeterio y dos colaboradores. Foto © Gustavo Clariá

“El proyecto es más ambicioso –concluye el párroco–, porqué prevé la construcción de un  poliambulatorio”. El optimismo que transmite el padre Emeterio contrasta con las numerosas grietas abiertas por el reciente  terremoto (7.5 grados) en la estructura de la antigua Iglesia franciscana y en las precarias habitaciones del poblado. La escuela, en cambio, no sufrió daños porqué ha sido ya construída con material antisísmico.

De noche contemplo las inmensas montañas a la luz de la luna y reflecciono sobre lo que hemos vivido en estos días a 3.200 metros, donde la tierra y la gente parecen exentos del mal. Me viene a la mente “La tierra sin mal”, el “más allá” de la mitología del no tan lejano pueblo guaraní.

En este tiempo en el cual, aquí en Perú (pero no sólo), se está juzgando por corrupción a muchos políticos y funcionarios públicos (entre los que se cuentan los cinco últimos presidentes del País), nace la esperanza que estas tierras exentes de los males que agobian a las sociedades que llamamos “desarrolladas”, tierras que protegen una semilla aún sana, puedan ser las que aseguren el renacer de ciudades y pueblos solidarios, abiertos a la fraternidad.

Gustavo E. Clariá

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6 Risposte a “Una tierra sin mal”

  1. Grazie! Una bella esperienza sulla strada per un mondo unito e fraterno!

  2. Vorrei ringraziare l’autore di questo articolo, Gustavo Clarià, per avermi fatto vivere, per il breve tempo della lettura, un’esperienza intensa. Ho sperimentato la fratellanza, l’amore.

  3. Hermosa experiencia, con los ciudadanos de Bolivar, junto al párroco padre Emeterio! Un lugar incontaminado! Trataremos de hacernos sentir, según nuestras posibilidades, para contribuir con esa comunidad! Unidos! Domi.

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