Orgullo y prejuicio

Es
el título de una conocida película de Joe Wright, tomada del omónima novela de Jane Austen. Calza bien como título a lo que me pasó hoy en el ómnibus, que circulan todavía aquí en Argentina, tal vez con los días contados.

En la primera fila estaban sentadas dos señoras rom o gitanas, como se las conoce más popularmente, con sus amplias faldas de colores y sus largos cabellos contenidos en elegantes rodetes. Hablaban su idioma milenario procedente de India, el romaní, sin ningún escrúpulo. Como si todo el mundo lo entendiera. Pero junto a ellas nadie se sentó, los lugares quedaron libres.

Recuerdo que de niño nos asustábamos cuando las veíamos llegar.
Es
cuchábamos a los mayores decir cosas horribles sobre ellas, como que robaban a los niños … bastaba eso para que escapáramos cada vez que las veíamos aparecer. Hoy están, diría, casi completamente integradas. Digo “casi” porque el orgullo de su etnia ancestral lo conservan intacto, y eso podría condicionar la total inclusión; y subrayo “casi” porque el prejuicio parece no haber desaparecido del todo.

De repente una anciana frágil mujer se para y me dirige la plabra desde su asiento delantero. Yo, en medio del autobús lleno de gente, no logro entender lo que me pide. Al instante, una de mis amigas rom se levanta con mucha agilidad y ayuda a la anciana a descender del vehículo. Advierto que los pasajeros siguen la escena con atención y, tal vez, mientras desciende la frágil anciana termina de caerse el último pedazo de prejuicio que quedaba hacia las gitanas, si es que existía.

Pero la película sigue: sube otra señora, podría ser una maestra por su porte. Saluda a los pasajeros y cuenta, en breve, de la difícil situación en que se encuentra; sin embargo, quiere cantar para nosotros un agradecimiento a la vida. Con una voz digna de un teatro como El Colón de Buenos Aires, entona “Gracias a la vida”, la conocida canción de la chilena Violeta Parra: Gracias a la vida que me ha dado tanto/Me dio dos luceros, que cuando los abro/Perfecto distingo lo negro del blanco/Y en el alto cielo su fondo estrellado/Y en las multitudes el hombre que yo amo … Gracias a la vida que me ha dado tanto/Me ha dado la risa y me ha dado el llanto/Así yo distingo dicha de quebranto/Los dos materiales que forman mi canto/Y el canto de ustedes que es mi mismo canto/Y el canto de todos que es mi propio canto”.

Es
ta soprano vestida de diario, tal vez venezolana sufriendo el exilio y la precariedad económica que la obliga a cantar en los autobúses; esta maravillosa cantante que ha llenado el trajín cotidiano de música, belleza y armonía; esta mujer de diario, superando su orgullo y nuestros prejuicios, nos ha dado una lección entonando, con humilde generosidad, un himno a la vida. Un hecho no menor en tiempos de pandemia.

Gustavo E. Clariá

Visits: 207

Condividi

Pubblicato da Gustavo Clariá

Nato a Córdoba, Argentina, nonno piemontese, economista, comunicatore, scrittore. Ho vissuto la metà della mia vita in Europa (Italia in particolare) e l'altra in America Latina. Giramondo, aperto alla conoscenza di altre culture. L'unità, nel rispetto della diversità, della famiglia umana, è il mio orizzonte. Cerco, quindi, di vivere la mia giornata "costruendo rapporti" di concordia e di unità. Il mio contributo alla pace.

Una risposta a “Orgullo y prejuicio”

  1. Bellissima esperienza, Gustavo. Ogni volta che non riusciamo a fare il passo di superare il pregiudizio, dentro di noi si accumula un senso di frustrazione, che ci spinge a trovare mille scuse per giustificare il nostro non agire! In realtà, è il nostro andare verso l’altro senza condizioni, con il cuore, che ci rende liberi e felici.

Comments are closed.