Un párroco de “altas periferias"

Situada
a 3.200 m.de altura en los Andes Orientales del norte de Perú, la parroquia de San Francisco (Bolívar) se extiende en un vasto territorio, entre ríos y altas cumbres. El P. Emeterio logra visitar, en medio de mil dificultades, a las comunidades esparcidas en este inmenso territorio, en el arco de dos años. La alegría de la gente y la sed de Dios.

Río Marañón.

«A menudo usamos una frase cuando queremos poner en relieve las gracias que recibimos de Dios en el cada día de nuestra vida: “Divina Aventura”. Y cómo no va a ser así si cada día el Amor del Padre nos sorprende con detalles tras detalles. El viaje que acabamos de realizar a las comunidades del sur de la parroquia no ha sido la excepción. Visitamos 5 comunidades, las más aisladas, ubicadas desde la orilla del río Marañón hasta la alta cordillera a 2.900 msnm: Chuquitén, Chonchón, N. Pusac, Pulamuy y Súndia. Empezamos la misión viajando en carro desde Bolívar hasta Calemar (a 600 kms), donde nos embarcamos en una pequeña lancha y viajamos “aguas abajo” por una hora.

Procesión con una de las comunidades visitadas.

El juego de paisajes entre las montañas y el agua turbulenta del río nos hacen perder la noción del tiempo y casi sin darnos cuenta estamos ya desembarcando en Chuquitén. El termómetro que supera los 35° nos motiva a entrar en ese calor humano que vemos en las personas, que nos traen frutas y más frutas, recogidas en las huertas del lugar. Como siempre, nuestra llegada es una fiesta, no sólo para la gente que no vemos desde hace más de 2 años, sino también para nosotros. Entonces el tiempo en cada comunidad se hace corto: visitamos a los enfermos y ancianos, nos damos tiempo para encontrar a algunas familias y para finalizar la jornada con las confesiones y la Santa Misa.

Los tres días vuelan y lo que nos queda como un signo vivo es la visita al colegio; allí encontramos a 13 jóvenes que estudian en unas precarias aulas donde falta lo más elemental. Con ellos y con los profesores hacemos una “mesa redonda” y una lluvia de ideas marcan el diálogo sobre el interés de conocer más sobre “las cosas de Dios”. Los jóvenes quieren cantar, desean aprovechar nuestra visita para hacer lo que no hacen cada día: “parar el día”. Y aunque falta la guitarra cantamos a capella y nos sentimos todos más en familia y más cercanos unos de otros.

Las comunidades siguientes las visitamos a pie o a lomo de mula. En cada una el programa prevé la visita a la escuela. Y en todos los lugares nos damos cuenta de la misma reacción de los jóvenes y niños que quedan encantados cuando les hablamos de Dios. Esta vez, como tema transversal, presentamos la Regla de Oro: “Hacer al otro lo que quieras que hagan contigo”. No sólo la explicamos, también contamos algunas experiencias de cómo se la puede aplicar concretamente y donde quiera que nos encontremos.

Padre Emeterio en su mulo.

Son muchas las alegrías que vivimos, pero también llega el momento de la prueba: cuando vamos de Pulamuy a Súndia, en un momento imprevisto la mula se descontrola y termino cayendo por tierra …! Sucede todo tan rápido, tan inesperado, como si fuera un sueño, pero al despertar comprendes que las cosas en adelante deben ser de otra manera. Podría resumir este hecho como un milagro, pues estábamos a pocos metros de iniciar la zona de los abismos… Y, a Dios gracias, pudimos mantener el control de la mula, aunque la caída fue inevitable.

El viaje continúa y, al llegar a Súndia, es imposible guardar el secreto de lo sucedido. La gente, dolida, se ofrece a atenderme de manera “artesanal”. Nos recordamos que, 14 años atrás en ésta misma comunidad, mientras realizábamos una reunión mensual de catequistas, sufrimos una intoxicación colectiva. No había medicinas y nos vimos obligados a suspender la jornada y regresar a Bolívar. Fue entonces que tomamos la decisión de poner en marcha el programa de “los botiquines parroquiales”, que en la actualidad son más de 30. Como signo visible del servicio que realizan, esta vez pudimos encontrar las pastillas necesarias para calmar el dolor de la caída.

Ahora nos toca emprender la parte final de viaje. Una breve llovizna nos acompaña desde que salimos, hasta llegar a la cima de la montaña (más de 4.000 msnm). Allí comienza la carretera y un carro nos espera para llevarnos de regreso hasta Bolívar. Con el pasar de los días, nuestros recuerdos reviven cada momento de esta “Divina Aventura”. Y nace natural agradecer a nuestra Madre del Cielo por tanto Amor que nace del Corazón del Padre».

P. Emeterio Castañeda

(Testimonio recogido por Gustavo E. Clariá)

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